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CCSS: el cambio necesario en la profesión médica

Según refiere el mito griego sobre la creación de la primera mujer, ella, Pandora, portaba una caja repleta de calamidades que al abrirla se esparcieron por el mundo. No me pude resistir a la analogía entre este mito y los últimos acontecimientos en la institución costarricense encargada de los servicios de salud públicos: la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS).

Un enorme agujero financiero dio pie a que se destaparan las calamidades encerradas en esta institución. Incapacidades fuera de control, patronos evasores o morosos del pago correspondiente y obligatorio a la CCSS (la lista encabezada por el Gobierno), salarios disparados más allá de las nubes, aún en carrera ascendente por una legislación ridícula, corrupción en proveeduría, el desperdicio y mal uso de los inventarios en medicinas e implementos médicos, etc., etc. Ya esta historia la conocemos bastante y quien no la sepa, le bastaría con leer el periódico La Nación de los meses de setiembre y octubre del año en curso.

No es mi intención seguir sobre la misma línea crítica. Yo prefiero tratar otra perspectiva, relacionada pero enfocada en el tema de la cultura y el clima organizacional de la institución. Hace algunos años, tuve la oportunidad de realizar un pequeño estudio sobre este tema en uno de los hospitales de la CCSS, para un curso universitario. La primera sorpresa fue encontrarme con la negativa de la gran mayoría de los médicos a llenar un simple cuestionario que era la base de la investigación. El resto del personal sacó sus cinco minutos para responder las preguntas debido a que yo portaba una carta del Director Administrativo donde autorizaba el estudio y solicitaba la colaboración. Fue evidente para mí que los médicos no atendían ni se interesaban por las órdenes del Director Administrativo, quien más adelante tuvo la amabilidad de concederme una entrevista extensa, donde me aclararía el por qué de esta situación.

Por su parte, el Director Médico no accedió siquiera a responder unas preguntas por email. De hecho, en mis numerosas visitas no lo encontré nunca en su oficina, porque se trataba de un médico muy ocupado entre diferentes hospitales. Ya desde aquí surgen preguntas: ¿si el director administrativo no controla al personal médico y el Director Médico está poco en la institución, entonces quién dirige y controla a los profesionales en medicina?

Lo más interesante del estudio resultó ser aquellos comentarios que diferentes funcionarios me hicieron en actitud de confidencia, con la condición de que apagara cualquier grabadora y que no revelara la fuente. Algunos me expresaron la pena por la actitud tan negativa de los usuarios hacia la institución. Me decían que era común recibir fuertes reclamos y amenazas de los asegurados frustrados con los servicios. Algunos me expresaban que trabajaban con pocos recursos, en lugares lúgrubes e incluso hacinados. Una de los puntos señalados era el trato arrogante que recibían del personal médico (la misma percepción de este servidora). Me explicaron que el asegurado descargaba en ellos la frustración que le provocaba el médico, cuando llegaba con varias horas de retraso a su trabajo, no se presentaba y había que reprogramar la cita o no le prestaba atención a sus dolencias.

Al aplicar el cuestionario a los usuarios de los servicios era la misma historia. No niego que estaban presentes quejas hacia el personal administrativo o de enfermería, pero la mayoría se volcaban hacia los médicos. Era constante la alución a que era necesario pagar al médico en su consultorio privado para recibir un trato amable y verdadero interés en las dolencias. Además, si se requerían tratamientos o estudios más profundos y costosos o, incluso una cirugía, era mejor y más rápido utilizar la figura del biombo, donde el médico coloca a su paciente de consulta privada al inicio de las listas de espera entre los pacientes de la Caja.

Cuando pregunté al Director Administativo qué podía hacer respecto a todos los hallazgos del estudio, con actitud resignada me dijo: «Solo puedo trabajar en aquello que no involucre médicos, ellos están protegidos de muchas formas y están bajo la autoridad del Director Médico.»

¿Era este hospital una isla, quizá talvez una excepción, o representa lo que sucede a lo interno de toda la CCSS?

La Unión Médica Nacional publicó el viernes 7 de octubre un campo pagado en la Nación, sacudiéndo al gremio de la parte de culpa que le corresponde sobre la crisis. En honor a la justicia, concedo que no son todos los médicos quienes actúan de forma corrupta y negligente, existen muy entregados a su labor. También debo decir que muchos de los mejores están a punto de pensionarse o muriendo. Pero debo agregar, que tengo demasiada evidencia de que la cultura de la institución los favorece demasiado, más allá de lo racional, dándoles una importancia que alimenta egos y billeteras. Nadie puede controlarlos si no lleva también el título de médico. Actúan como semidioses, que no pueden someterse a una estructura de mortales. Con esto, le arrebatan todo poder a la racionalidad y orden que un profesional administrador pueda aportar.

El clima organizacional lo imponen ellos, porque son la principal fuente de frustración del usuario. También porque son ellos los que otorgan incapacidades, las miles y miles que alcahuetean a sus compañeros de trabajo. Es en sus salarios desproporcionados que se va mucho del dinero que haría falta para mejorar los servicios que utilizamos todos. Esa exigencia sindical convertida en ley que evita que los profesionales de enfermería se acerquen salarialmente a los médicos, habla mucho de lo que sucede con el ego del gremio.

¿Qué le pasa a una persona cuándo recibe el título de médico y se cuelga su gabacha blanca y su estetoscopio en el cuello? ¿En qué punto se pierde la humildad y la vocación de servicio? Patch Adams ya había señalado este problema.

Debo decir que la solución está en el resto de nosotros, «los mortales», porque no hay dioses sin gente que vaya al culto. Yo sé que es muy ilusorio pensar en esto en Costa Rica, pero talvez algún día alguien esté de acuerdo conmigo, en que el salario de los médicos debe ser razonable y proporcional a los que otros profesionales del mismo rango de estudios percibe en nuestro país.

Estos salarios que enriquecen en un año, ha propiciado que miles de jóvenes, sin la vocación, pero sí con la ambición, se interesen por la medicina. Algunas universidades privadas, que funcionan como fábricas de profesionales de cuestionable calidad, se encargan de abrirle la puerta a personas con escasa capacidad hacia esta lucrativa profesión y todo esto termina empeorando el problema.

Tengo amigos médicos a quienes no deseo ofender con estas palabras, más bien espero despertarlos e invitarlos a reflexionar sobre la forma en que llevan su ética profesional. Los insto a comprometerse con valores más altos, con misiones solidarias, con estilos de vida más austeros que les permitan vivir bien con salarios socialmente justos. Espero que haya un cambio pronto y que sean jóvenes profesionales quienes lo promuevan, dando un ejemplo de nuevos contructores de la Patria, como fueron estupendos médicos en el pasado.

Tal como sucede en el mito, la esperanza se queda dentro de la caja y como dijera un comunicador hace pocos días: la esperanza es una patria en la que cabemos todos.